Terminada la Campaña del Desierto, realizada durante la presidencia de Avellaneda, operación que fue planeada y comandada por su Ministro de Guerra, General Julio Argentino Roca, los jefes, oficiales y tropa de la victoriosa expedición fueron recompensados con cierta cantidad de leguas de tierra en los territorios recuperados para la Patria, libres ya de salvajes y listas para ser roturadas con el arado y limitadas por el alambrado civilizador. Considero dicha cesión como una iniciativa de alto vuelo y escasa proyección, considerando la poca cantidad de soldados-colonos que pudieron ocupar aquellas tierras, y que se hubieran constituido, al estilo romano, en centinelas avanzados y garantías de la soberanía de la República en esas vastas soledades que aguardaban, silenciosas y preñadas de riquezas, a los millones de laboriosos inmigrantes que vendrían en los próximos años.
Cómo otras tantas expectativas, también ésta, en cierto sentido, quedó frustrada. Quizás faltó apoyo del Estado a su propia iniciativa, lo cierto es que ésas tierras fiscales fueron acaparadas por algunas personas y sociedades privadas, convirtiéndose en enormes latifundios; los veteranos sin nombre de la Campaña no poseyeron los medios, o las ganas, de allegarse hasta lugares tan lejanos para cultivar las tierras sin ningún apoyo oficial, y terminaron vendiendo sus parcelas.
De ninguna manera debe renegarse de la iniciativa privada, que fundó, en esos territorios desiertos, prósperos establecimientos agrícolas y ganaderos, como la estancia “La Larga”, en el Partido de Guaminí, que perteneciera al general Roca y que recibiera en recompensa por sus servicios a la Patria, después de que terminara su primera presidencia (1880-1884)
En los Estados Unidos se dio un caso de similares características, pero de muy distinto resultado. Cuando fue promulgada la llamada “Ley de Arrendamiento de Tierras”, durante la primera presidencia de Abraham Lincoln (1861-1865), fueron muchísimos los que abrieron el camino hacia el Oeste. La Nación Norteamericana reunificada después de la Guerra de Secesión, emprendió la conquista de su hinterland con los servicios de la casa Remington y los brazos fuertes de millones de sus campesinos; la Ley de Arrendamiento establecía que a cada colono le fueran concedidos 40 acres de tierra, un par de mulas y herramientas de labranzan, con el solo compromiso de cultivarlas durante 5 años. Así se poblaron estas comarcas con industriosos inmigrantes europeos, dando origen a una clase de campesinos-propietarios que con el correr de los años, conformaron la base de la fortaleza y los recursos inagotables de los Estados Unidos.
Es de lamentar el contraste entre los resultados de una y otra iniciativa; pero es algo a lo que estamos acostumbrados en esta República de las Cosas que Pudieron Haber Sido.